Significado esoterico de las formas geometricas
A menos que la ciencia levante el velo de la materia y afine su vista para ver más allá de su cegera intelectual, quedara sumida en una simple sombra irreal.
Ahora que la ciencia ha estudiado la Naturaleza del hombre en la longitud, anchura y espesor de su contextura física, tiempo es ya de buscar en las profundidades desconocidas, la entidad viviente y real, la sustancia espiritual que sobrevive a la materia que se desvanece.
Sólo siguiendo tal senda podrán descubrir que algunas verdades llamadas hoy ?supersticiones desacreditadas? son hechos, y las reliquias del antiguo conocimiento y sabiduría.
En una de tales se encuentra la idea de que el Cosmos, además de sus habitantes planetarios objetivos, sus humanidades de otros mundos habitados, esté lleno de existencias incorpóreas e inteligentes.
La ciencia opina que los llamados en Occidente Arcángeles, Ángeles y Espíritus, copias de sus prototipos de los Dhyân Choans, los Devas y Pitris del Oriente, no son Seres reales, sino ficciones.
En este punto es inexorable la ciencia materialista. Para sostener su posición, echa abajo su propia ley axiomática de uniformidad y de continuidad en las leyes de la Naturaleza, y toda la serie lógica sucesiva de analogías en la evolución del Ser.
Se pide a la masa profana que crea, y se la hace creer, que el testimonio acumulado por la Historia que muestra hasta a los ?Ateos? de la antigüedad, hombres tales como Epicuro y Demócrito, creyendo en los Dioses es falso; y que filósofos como Sócrates y Platón, que aseguraban tales existencias, eran descarriados entusiastas y locos.
Aun cuando nuestras opiniones sólo estuviesen basadas en fundamentos históricos, en la autoridad de las legiones de Sabios eminentes, neoplatónicos y místicos de todas las edades, desde Pitágoras hasta los profesores y científicos eminentes de nuestro presente siglo, que si bien rechazan a los ?Dioses? creen en los ?Espíritus?, ¿deberíamos considerar a tales autoridades tan pobres de inteligencia y tan necias como cualquier aldeano católico romano que crea y rece a sus santos humanos, o al Arcángel San Miguel?
Pero, ¿es que no hay diferencia entre la creencia del aldeano y la de los herederos occidentales de los Rosacruces y alquimistas de la Edad Media?
¿Es que los Van Helmonts, los Khunraths, los Paracelsos y Agrippas, desde Roger Bacon hasta St. Germain, fueron todos ciegos entusiastas, histéricos e impostores; o es el puñado de escépticos modernos los ?directores del pensamiento? quienes se hallan atacados por la ceguera de la negación?
Opinamos que lo último es lo cierto. ¡Sería en efecto un milagro, un hecho por completo anormal en el reino de las probabilidades y de la lógica, que un puñado de negadores fuesen los únicos custodios de la verdad, mientras que en los millones de creyentes en los Dioses, Ángeles y Espíritus sólo en Europa y América, a saber: los cristianos griegos y latinos, teósofos, espiritistas, místicos, etc., no fuesen otra cosa que gente fanática engañada, médiums alucinados, y a menudo no más que las víctimas de charlatanes e impostores!
Sin embargo, aun cuando varíen las presentaciones externas y los dogmas, las creencias en las Huestes de Inteligencias invisibles de varios grados tienen todas el mismo fundamento.
La verdad y el error se hallan mezclados en todas ellas.
La extensión exacta profundidad, anchura y longitud de los misterios de la Naturaleza sólo se encuentra en la Ciencia Esotérica Oriental.
Tan vastos y profundos son, que escasamente unos pocos, de los Iniciados más elevados aquellos cuya existencia misma sólo es conocida por un pequeño número de Adeptos son capaces de asimilar el conocimiento.
Sin embargo, todo está allí, y uno por uno los hechos y procedimientos de los talleres de la Naturaleza pueden abrirse paso en la ciencia exacta, cuando presta ayuda misteriosa a unos pocos individuos para el descubrimiento de sus arcanos.
A la terminación de los grandes Ciclos, relacionados con el desarrollo de las razas, tienen lugar generalmente tales acontecimientos.
Nos hallamos precisamente al final mismo de un ciclo de 6.000 años y de aquí al 2007 se rasgara el Velo de la Naturaleza, y la ciencia materialista despertara a la ciencia Metafísica Quántica.
Sin desacreditar algunas creencias sancionadas por el tiempo, nos vemos obligados a trazar una línea divisoria entre la fe ciega, desarrollada por las teologías, y los conocimientos debidos a las investigaciones independientes de largas generaciones de Adeptos; en una palabra, entre la filosofía y la fe. Es innegable que en todas las edades ha habido hombres sabios y buenos que, habiendo sido educados en creencias sectarias, han muerto en sus convicciones cristalizadas.
Para los protestantes, el jardín del Edén es el primitivo punto de partida en el drama de la Humanidad, y la solemne tragedia en la cumbre del calvario es el preludio del esperado milenio. Para los católicos romanos, Satán está en la base del Cosmos, Cristo en su centro, y el Anticristo en su ápice. Para ambos, la Jerarquía del Ser principia y acaba en los estrechos límites de sus respectivas teologías: un Dios personal creado por sí mismo, y un empíreo en que resuenan las aleluyas de Ángeles creados; el resto, Dioses falsos, Satán y demonios.
La Metafísica se mueve en un campo mucho más amplio. Desde el principio mismo de los eones en el tiempo y en el espacio en nuestra Ronda y Globo los misterios de la Naturaleza (por lo menos los que nuestras Razas pueden legalmente conocer), fueron registrados por los discípulos de aquellos mismos ?Hombres Celestes?, ahora invisibles, en figuras geométricas y símbolos.
Las claves de los mismos pasaron de una generación de ?Hombres Sabios? a otra.
Algunos de los símbolos pasaron de Oriente a Occidente, traídos del Oriente por Pitágoras, el Triángulo juntamente con el cuadrado y el círculo, son descripciones más elocuentes y científicas del orden de la evolución del Universo, espiritual y psíquico, así como físico, que volúmenes de cosmogonías descriptivas y de ?génesis? revelados.
Los diez Puntos inscritos en ese ?Triángulo Pitagórico? valen por todas las teologías y angelologías emanadas jamás del cerebro teológico. Porque el que interprete estos diecisiete puntos (los siete Puntos Matemáticos ocultos) en su misma superficie y en el orden dado encontrará en ellos la serie no interrumpida de genealogías desde el primer Hombre Celeste al terrestre. Y, así como ellos dan el orden de los Seres, asimismo revelan el orden en que fueron desarrollados el Cosmos, nuestra Tierra y los Elementos primordiales por los que ésta fue originada.
Engendrada en los ?Abismos? invisibles y en la Matriz de la misma ?Madre?, como sus globos compañeros, el que domine los misterios de nuestra Tierra habrá dominado los de todos los demás.
Sea lo que fuese lo que la ignorancia, el orgullo y el fanatismo puedan argüir en contra, puede mostrarse que la Cosmología Esotérica está inseparablemente relacionada tanto con la filosofía como con la ciencia moderna.
Los Dioses y las Mónadas de los antiguos desde Pitágoras hasta Leibnitz y los Átomos de las escuelas materialistas actuales (según los han tomado de las teorías de los antiguos atomistas griegos), son tan sólo unidades compuestas, o una unidad graduada como la estructura humana, que principia con el cuerpo y termina con el Espíritu. En las Ciencias Ocultas pueden estudiarse separadamente; pero nunca pueden ser profundizadas a menos que se las considere en sus mutuas correlaciones durante su ciclo de vida, y como una Unidad Universal.
Algunas opiniones sobre la Mónada o el Punto Matemático. Dicen así:
Basta un punto para poner en combustión a todas las escuelas del mundo.
Pero ¿qué necesidad tiene el hombre de conocer este punto, puesto que la creación de tan pequeño ser está fuera de su poder? La filosofía obra contra la probabilidad cuando trata de pasar desde este punto, que absorbe y desconcierta todas sus meditaciones, a la generación del mundo.
La Filosofía, sin embargo, no hubiera podido nunca formar su concepto de una Deidad lógica, universal y absoluta, si no hubiera tenido ningún Punto Matemático en el interior del Círculo, sobre el cual basar sus especulaciones. Únicamente el Punto manifestado, perdido para nuestros sentidos tras su aparición pre genérica en la infinidad y en lo incognoscible del Círculo, puede hacer posible la reconciliación de la Filosofía con la Teología, a condición de que esta última abandone sus dogmas materialistas. Y precisamente por haber la teología cristiana rechazado la Mónada Pitagórica y las figuras geométricas, es por lo que ha desenvuelto su Dios personal y humano creado por sí mismo, la Cabeza monstruosa de que fluyen en dos corrientes los dogmas de la Salvación y de la Condenación. Esto es tan cierto, que hasta los sacerdotes que son masones y que quisieran ser filósofos, en sus interpretaciones arbitrarias, han atribuido a los sabios antiguos la singular idea de que:
La Mónada representaba (para ellos) el trono de la Deidad Omnipotente, colocada en el centro del empíreo para indicar al Gran Arquitecto del Universo.
Curiosa explicación es ésta, más masónica que estrictamente pitagórica.
Tampoco el ?Hierograma en un Círculo, o Triángulo equilátero?, significó nunca ?el símbolo de la unidad de la Esencia divina?, puesto que ésta estaba simbolizada por el plano del Círculo limitado. Lo que ello verdaderamente significaba era la Naturaleza trina igual de la primera Sustancia diferenciada, o la consubstancialidad del Espíritu (manifestado), la Materia y el Universo ?Hijo? de los dos que procede del Punto, el Logos esotérico real, o Monada Pitagórica. Pues el Monas griego significa ?Unidad? en su sentido primario. Los que no pueden asir la diferencia entre la Mónada la Unidad Universal y las Mónadas o la Unidad manifestada, así como también entre el Logos siempre oculto y el revelado, o Verbo, no debieran ocuparse nunca de filosofía, y mucho menos de ciencias esotéricas.
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