En 1879 la Real Sociedad Astronómica Británica cursaba una insólita circular
a sus miembros en la que expresaba el deseo de recibir en su sede cualquier
informe de sus asociados en el que se diera buena cuenta de alguna observación
anómala sobre la superficie de la Luna.
La respuesta no se hizo esperar, ya que durante los dos años que siguieron a su
poco frecuente solicitud, sus oficinas de Londres se vieron literalmente
inundadas por una avalancha de relatos en los que se describían desde la
observación de luces que recorrían el interior de ciertos cráteres, hasta
explosiones volcánicas de cierta magnitud. El abultado numero de informes
recibidos -que supero los ¡dos millones!- obligo a esta Sociedad a cancelar su
proyecto de análisis y a no emitir ninguna opinión concluyente sobre tan
escurridiza materia.
Pero lo que realmente puso de manifiesto aquella unánime reacción de los
astrónomos británicos fue que ninguno de sus testimonios resultaba nuevo o
extraño a los ojos de los expertos más competentes. Aunque ninguno hablara de
ello. Sólo uno, en 1787, nada menos que el prestigioso astrónomo William
Herschel, el descubridor de Urano, habló sin pudor de sus extrañas observaciones
lunares. Herschel denunció haber visto la erupción de tres volcanes sobre la
superficie de una Luna que todos sus colegas consideraban un cadáver geológico,
y que las misiones Apolo así lo demostrarían casi dos siglos después... "Los he
detectado -escribió en aquel entonces Herschel a contracorriente- en diferentes
lugares de la parte oscura de la Luna nueva. Dos de ellos están casi ya extintos
o, en cualquier caso, en estado de cercana erupción que quizás se produzca en la
próxima lunación. El tercero muestra una erupción actual de fuego y materias
luminosas".
Dos años después de su "confesión", otro eminente selenógrafo, el profesor
germano Schroeter, declaró haber visto, sin genero de duda, "un brillante
estallido de luz, que estaba compuesto de muchas chispas pequeñas y separadas
(...) que se movían todas juntas en línea recta hacia el norte del Mare Imbrium
y otros lugares de la superficie de la Luna".
Puentes en la Luna
Ambos relatos son irreprochables. No solo por la reconocida solvencia científica
de quienes los enunciaron, sino porque se amparan dentro de una amplísima
casuística de detecciones a través de telescopios de luces, cúpulas, puentes y
un sinfín de registros visuales de similar grado de extrañeza, para los que la
ciencia no tiene una explicación convincente alguna. En líneas generales esta
clase de enigmáticas luces han recibido, en el ámbito astronómico, el nombre de
FENOMENOS TRANSITORIOS LUNARES indicando claramente la naturaleza escurridiza y
efímera de semejantes apariciones sobre el suelo lunar.
Comúnmente los LTPs (de sus siglas en inglés Lunar Transient Phenomena) se
observan en el lado brillante de la cara visible de nuestro satélite y casi
siempre se trata de luces blancas del tamaño de una estrella -aunque también hay
registros de luces rojas, amarillentas y azuladas- cuya permanencia sobre la
superficie varia entre unos segundos y algunos días.
Pero, como digo, el fenómeno no viene de nuevo. Desde el siglo VI hasta hoy el
número de incidentes de este tipo catalogados por astrónomos privados como
Winfried S. Cameron supera los dos millares, entre los que se incluyen
frecuentes avistamientos de flashes intermitentes de luz, como si alguien
intentara mandar una señal de morse a la Tierra.
Alguien, sí... ¿Pero quién?
Por otra parte, uno de los últimos y mas completos listados "oficiales" de LTPs,
elaborado por la NASA en Julio de 1968, recoge la nada despreciable cantidad de
579 incidentes profusamente documentados entre Noviembre del 1540 y Octubre del
1967 (http://www.mufor.org/tlp/1900.html).
Como sin duda el lector habrá adivinado, este asunto tiene ciertos paralelismos
con el familiar misterio de los No Identificados ya que, como sucede con éstos,
las evidencias testimoniales, fotográficas y -mas recientemente- fílmicas
demuestran que "algo" esta sobrevolando la Luna y se desplaza ocasionalmente a
lo largo de zonas muy concretas de ésta (como los cráteres Platón o Aristarco).
Y por si fuera poco, también su actividad parece dispararse cuando el planeta
Marte se encuentra mas cerca de la Tierra.
El fracaso de las Apolo
El 19 de julio de 1969 el modulo principal de la misión Apolo XI entraba en
órbita alrededor de la Luna y comenzaba a ultimar los preparativos que
permitirían que el modulo Eagle alunizara sobre la superficie de nuestro
satélite dos días después. La rutina de los preliminares técnicos fue
interrumpida por una llamada de Misión Central de Houston (Texas) que previno a
los astronautas de algo insólito que debían tratar de comprobar: al parecer
varios astrónomos aficionados habían telefoneado a la NASA para informar de que
estaban viendo un fenómeno LTP en las inmediaciones del cráter Aristarco, muy
cerca de la órbita de la nave estadounidense. Tras recibir la orden, Neil
Armstrong, sin pensárselo un segundo, fue hacia una de las ventanillas del
modulo y observó, en la cercanía de lo que creyó que era el cráter Aristarco,
"un área considerablemente más iluminada que la zonas de alrededor".
"Parece que tiene algo de fluorescencia" -dijo. Sorprendentemente, tras el final
de la misión, Houston no se pronunció sobre aquel avistamiento de luces extrañas
durante el vuelo. Nos dejó a dos velas. Pero, eso sí, posteriores mediciones del
cráter Aristarco pusieron de relieve que en la zona existían niveles de
radioactividad de difícil explicación.
Desde entonces hasta hoy han pasado ya más de tres décadas. En aquellos épicos
días de la llegada del hombre a la Luna muchos astrónomos creyeron ingenuamente
que los astronautas de las misiones Apolo despejarían las incógnitas nacidas a
la luz de sus observaciones nocturnas. Pero pocas esperanzas se demostraron tan
infundadas como ésta.
En definitiva, se encontraron con un satélite "muerto". Poco excitante. Por otra
parte, el casi un tercio de tonelada de tierra y piedras lunares que trajeron
consigo a la Tierra, así como sus filmaciones y mediciones sobre el terreno,
después de haber sido analizadas concienzudamente en los laboratorios de la NASA
norteamericana, no solo ratificaron las impresiones de los astronautas sobre la
esterilidad de aquel mundo, sino que ayudaron a sumar nuevos y aun más incómodos
interrogantes a la larga lista ya confeccionada desde Tierra. Por ejemplo, las
misiones Apolo determinaron la existencia de un campo magnético irregular
alrededor de la Luna, que incluso se puede encontrar aún en los materiales
"exportados" del satélite. No está claro cómo pudieron originarse semejantes
índices de magnetismo en este pequeño cuerpo astronómico, incapaz de contener un
núcleo de metal caliente o fundido. Pero además -según señalaron los propios
ingenieros de la NASA- la Luna tampoco gira suficientemente veloz como para
crear un efecto dinamo sobre los minerales lunares.
En junio de 1985 el investigador norteamericano William Corliss hizo acopio de
estas y otras "irregularidades" no resueltas por la Agencia Espacial
norteamericana en el transcurso de sus proyectos Lunar, Orbiter y Apolo,
enunciando en su obra The Planet Moon, hasta sesenta fenómenos extraños
relacionados con la Luna. Entre las categorías mas espectaculares se encuentran
las que hacen referencia a su órbita irregular y que han pretendido explicarse
gracias a perturbaciones gravitacionales de origen no identificado.
La mas seria de estas perturbaciones es el alejamiento progresivo de la Tierra y
nuestro satélite. Algo que a decir de los expertos pone en evidencia la
fragilidad gravitacional Tierra-Luna, al tiempo que valida la teoría de que
Selene se "casó" con nuestro planeta hace varios miles de años y que por lo
tanto, corre el serio riesgo de volver a escaparse de nuestro lado en cualquier
momento... Vaya, como en los mejores matrimimonios. O, lo que es peor, podría
terminar por impactar contra este cálido punto azul. "Algún día -especifica
Corliss en su trabajo- en el futuro, podríamos perder la Luna y esta podría
terminar convirtiéndose en un planeta por derecho propio".
Quién sabe. También a Julio Verne lo tacharon de fantasioso. ¿No?
Escrito por Javier Sierra
MÁS INFORMACIÓN:
Javier Sierra es director de la revista MÁS ALLÁ. En su número 135 (mayo 2000)
se incluía un reportaje titulado Las señales de Selene, donde se abunda en esta
cuestión, aportando con imágenes y gráficos de interés.