Hace ya una semana que la Tierra navega por el reino purpúreo del
Escorpión, y esto ha de traer sus consecuencias. La primera es que
varios amigos me han pedido que publique esta nota que escribí hace
tiempo. Mientras tanto, un color desconocido baja misteriosamente de la
galaxia, se posa sobre nuestros rostros y nos hace más extraños de lo
que habitualmente somos. La segunda, para todos los nacidos entre el 23
de octubre y el 22 de noviembre, es el vaticinio de un destino que
supuestamente compartimos y que nos hace incansablemente similares.
La irrupción de Marte y de Plutón sobre los cielos durante este tiempo
nos depara algunos fenómenos inusuales y la sensación de que acaso no
caminamos sobre el mismo planeta. "Éste no es el mismo mundo", me
dije algún noviembre juvenil en Trujillo, cuando los vientos de San Andrés
amenazaban llevarse la torre de la catedral. En Europa, durante mis
tiempos de estudiante, el Escorpión siempre trajo consigo la primera
tormenta del invierno y eso me obligó a permanecer bajo techo en Madrid
el día de mi cumpleaños, o a conocer en París las excelencias de un vino
siempre nuevo, el Beaujolais Nouveau.
De ser cierto lo que proclaman los horóscopos, los "escorpiones"
debemos ser apasionados e intuitivos, misteriosos y sensuales,
silenciosos y temibles. La filosofía. la poesía esotérica, la alquimia, el
espiritismo, el espionaje, la química, la cirugía y la magia negra son las
actividades que se asocian con este signo que ha tenido representantes
tan famosos como Mata Hari, Goebbels y Eduardo VIII, Richard Burton,
León Trotsky y Madame Blavatsky, Galileo, Martín Lutero y San Agustín.
El águila, el ave fénix y la serpiente son sus símbolos; el topacio y el
ópalo, sus piedras preciosas y, por fin, sus signos compatibles son
Cáncer, Virgo, Piscis y Capricornio. De todo ello, y de que había nacido
bajo "el más luminoso y el más temible de los signos", me enteré al
cumplir 12 años de edad, pero mi racionalidad de entonces, adquirida al
terminar los 20 tomos del Tesoro de la Juventud, se opuso a la idea de
que solamente existieran doce tipos de personas y que cada grupo
estuviera condenado a parecerse y a vivir el mismo destino, a dar los
mismos pasos y a imitarse en la tierra y en el cielo, por los siglos de los
siglos, y por siempre, jamás.
Había, sin embargo, un club escorpiónico más exclusivo llamado
el "decanato". Por haber nacido el 13 de noviembre, yo pertenecía al
segundo, (del 3/11 al 13/11) y, según ello, alcanzaría alguna fama cuando
fuera adulto pero tendría muchos problemas con mujeres, lo cual me
pareció divertido pero no muy agradable. Lo que sí no cuadraba conmigo
era la descripción física de acuerdo con la cual, como a todos los nativos
de este decanato, una cicatriz predestinada me cruzaría la frente.
Me miré en el espejo, y no la tenía. Después de eso, del Tesoro de la
Juventud pasé a Verne, Dostoiewsky, Voltaire, Renan y Balzac, hasta
que la lectura me enfermó de racionalismo cuando tenía 15 años, y todo
el tiempo de la adolescencia me reí de la posibilidad de que la famosa
marca me apareciera sobre la frente una mañana como fruto de algunos
malos sueños y de otros peores pensamientos. Sin embargo, todavía no
me había salvado de ella.
Exactamente al cumplir los 18 años de edad, en la universidad de Trujillo,
me batí a duelo con mi amigo Juan Morillo Ganoza. A pesar de que los
periódicos, la radio y algún obispo nos calificaran de anacrónicos o nos
excomulgaran, una diferencia insalvable de opiniones sobre el ritmo de la
prosa en Guy de Maupassant nos empujó a buscar, en el terreno de la
espada, la solución del conflicto. Juan recibió una estocada en la
garganta. A mí, su espada me tocó la frente y me dejó, encima de la ceja
izquierda, la cicatriz que tanto tiempo me había estado esperando.
Una simple casualidad no me iba a convertir en crédulo. Para desmentir a
los horóscopos, y acaso también por vanidad masculina, durante varios
años me di a la tarea de frotarme la frente con crema de nácar y jugo de
limón. Me acuerdo que el día en que recibía mi título de abogado, a los 24
años, me estaba poniendo la corbata cuando el espejo me devolvió una
frente libre de cualquier mácula. El hombre ha burlado al destino, me dije,
y decidí que algún día iba a contar esa experiencia.
Sin embargo, aquella misma tarde, una Land Rover se estrelló contra mi
carro en una intersección de calles. Mi carro de entonces era un Volvo
azul y poderoso, y eso me salvó la vida a pesar de haber dado varias
vueltas de campana, pero no me puso a resguardo del temible Escorpión.
Una cicatriz nueva se dibujó sobre la antigua, y desde entonces no he
tratado de borrármela.
No sé si ahora creo en el Zodíaco, pero mi amigo Teodoro Rivero-Ayllón,
que el año pasado me envió un e-mail desde Pekín la noche de mi
cumpleaños, me dijo que en ese instante, del cielo oriental, estaban
lloviendo estrellas, como suele ocurrir en este mes extraño. Otras
coincidencias se añaden en el hecho de que algunos de los mejores
amigos de toda mi vida, los poetas Rodolfo Hinostroza, Elqui Burgos y
Marco Antonio Corcuera, así como Jorge Cornejo Polar, Raúl Bueno, Juan
Vicente Requejo, Alberto Escobar y Alejandro San Martín, han nacido en
la misma semana. ¿Podría añadir que cuatro veces he estado a punto de
casarme con algunas mujeres maravillosas que, por casualidad, nacieron
el mismo día de noviembre? Si lo cuento, van a creer ustedes que es un
cuento.
Y no lo es. Es el "Correo de Salem" que les envío mientras pasa sobre el
planeta la cola escarlata del poderoso signo, y su sombra trae consigo,
además de recuerdos dulces y de huracanes en el Caribe, las huellas del
camino al cielo que siguió mi madre un 11 de noviembre, y los pasos de
mi prima María del Pilar, que se perdió el 14 en la escalera que conduce
hacia el largo sueño de Dios. Que Dios esté con ellas y con nosotros,
ahora que faltan algunas semanas para que la Tierra ingrese al mar de
Sagitario.
Por Eduardo González Viaña
Correo de Salem 417
Mis amigos Riccardo Bassani en Siena, Elqui Burgos en París y Sor María Elena en
un convento teresiano de Bogotá están celebrando su cumpleaños. A ellos,
escorpionísimos, y a todos los escorpiones que leen este ?Correo de Salem? está
dedicada una y otra vez esta nota.