Echú en Africa
El culto a Echú en parte se debe al temor que inspira su
malevolencia, es innegable que en todos los creyentes este dios despierta honda
admiración. Todos reconocen su gran poder y la rapidez de su acción que,
unidos al don de ubicuidad que posee, lo hacen un dios sumamente peligroso y
eficaz.
Dioses con características semejantes a las de Echú son frecuentes en los
panteones del Africa ecuatorial occidental. En Dahomey, por ejemplo, Echú es un
dios muy importante al que se conoce con el nombre de Legba.
Se han hecho muchas interpretaciones etimológicas del nombre Echú. Parece
derivarse de la palabra chu (tirar evacuar) ; chu también quiere decir «ser o
convertirse en oscuro». Para muchos el nombre Echú vendría a significar «el
oscuro» o «la oscuridad». Generalmente los que opinan así creen que el
nombre del dios hace referencia a su supuesto carácter diabólico.
El nombre específico del dios, Elegbara o Elegba se supone que significa «el
que salva» o «el que agarra» o «el que golpea con un palo». Este dios
siempre lleva un palo con el que golpea a sus enemigos.
Muchos consideran a Echú una especie de diablo africano, algunos dice que Echú
es el diablo, el príncipe de la oscuridad. Otros también lo considera la
personificación de la maldad, un verdadero Satán. Echú vendría a ser la
negación de Olodumare, el principio negativo opuesto esencialmente al Dios
Supremo. Muchos de los que piensan esto eran misioneros cristianos, quienes
creyeron descubrir en este dios, al diablo de los Yoruba. Pero la verdad es que
la identificación de Echú con el diablo cristiano no es adecuada. A Echú no
le temen los hombres y las divinidades porque es el diablo, sino «porque en
virtud del cargo que desempeña tiene el poder de vida o muerte sobre ellos ya
que la prosperidad o la calamidad dependen de los reportes que sobre ellos lleve
Echú a Olodumare». En otras palabras, Echú es el mensajero de la Deidad y por
ello, el destino de los dioses y de los hombres puede ser controlado por él.
Echú es una especie de inspector general de Olodumare, es el dios que se ocupa
de informar a la Deidad de lo que ocurre en el mundo y de lo que hacen los
hombres. Es el encargado de inspeccionar el culto y los sacrificios y ver que se
hagan en forma correcta.
Echú, por tanto, no es un poder maligno opuesto a la Deidad Creadora, por el
contrario, es uno de los colaboradores más eficaces con que cuenta Olodumare.
Lo que sucede es que Echú es un dios lleno de contradicciones, es una divinidad
maliciosa a quien parecen divertir las múltiples maldades de que hace víctima
a los dioses y a los hombres. Echú no es esencialmente malo. «Echú es demoníaco
pero no diabólico». Echú es un pícaro, un tramposo, un personaje peligroso,
pero no total y absolutamente perverso. Este «dios de las travesuras se
complace en crear situaciones comprometidas, enemistando a los hombres y
entorpeciendo sus acciones.
Echú es una divinidad indispensable, sin él nada es posible y con su favor las
empresas más difíciles se resuelven satisfactoriamente. Por eso, todos tratan
de propiciarlo aunque complacerlo es muy difícil porque Echú es esquivo,
caprichoso y tramposo. Se dice que tiene doscientos nombres distintos y por ello
es elusivo, engañoso y versátil. Los Yoruba lo llaman «El indulgente niño
del cielo», «Aquel cuya grandeza se manifiesta en todas partes», «El que se
rompe en mil fragmentos y no puede recomponérsele».
Echú es cruel, generoso, inesperado, rápido, poderoso, traicionero y
caprichoso como el azar, como el destino del hombre. Muchos de los estudiosos de
la religión afrocubana opinan que Echú es la personificación del azar, de la
suerte. Los tratados sobre la religión Yoruba no exponen esta tesis. Sin
embargo, Paul Mercier ' refiriéndose a Legba, el Echú dahomeyano, coincide con
la apreciación de los autores cubanos. Dice Mercier que Legba «introduce en el
destino el elemento de casualidad o suerte». También dice, «cada individuo
tiene un Legba, como tiene un destino, y debe propiciárselo para que no se haga
peor su destino».
Echú es el guardián de los templos, de las ciudades, de las casas. Es en esta
función, de dios tutelar, en la que sus servicios son más apreciados. A pesar
de su enorme peligrosidad es muy frecuente encontrar capillas dedicadas a Echú
en las entradas de las ciudades. Echú es un buen guardián y de atendérsele
con esmero protegerá con celo y eficacia las casas y ciudades donde se le
encomienda esa función. Solamente dejará pasar las buenas influencias y cerrará
el paso a la muerte y a las desgracias.
Echú juega un papel importantísimo en la adivinación. Según el mito fue él
quien enseñó a Orúnmila el sistema de adivinación usando los coquitos de la
palma. Existe una gran relación entre Orúnmila y Echú. Al primero, como dios
de la sabiduría le es permitido saber los deseos de la Deidad que comunica a
los hombres a través del oráculo. Cuando los consejos de Orúnmila son
desatendidos, es Echú el encargado de castigar al transgresor. A cambio del
servicio que Echú presta a Orúnmila, éste lo alimenta. Cuando Echú no está
satisfecho con la paga que recibe, se dedica a entorpecer los trabajos de Orúnmila.
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