Por Javier García Blanco
Pocos años después de la conquista de México por los españoles, un hecho insólito -las supuestas apariciones de la Virgen a un indígena- influiría profundamente en las creencias religiosas del Nuevo Mundo, gestándose una de las devociones marianas más importantes del mundo: la de la Virgen de Guadalupe.
Corrían los primeros días de diciembre de 1531. Tan sólo habían transcurrido 10 años desde que Hernán Cortés y sus tropas conquistaran la ciudad de Tenochtitlán -actual México D.F-, venciendo a Moctezuma y más tarde a Cuauhtemoc.
Fue entonces cuando tuvieron lugar unas de las apariciones marianas más conocidas, la de la Virgen de Guadalupe. Hasta nuestros días ha llegado un relato pormenorizado de los hechos, conocido como Nican Mopohua y que fue recogido en un principio en náhuatl (antiguo idioma de los indios mexicanos) y escrito por Antonio Valeriano (un indígena de gran cultura) entre 1545 y 1550. Un siglo después -en 1649-, el bachiller Lasso de la Vega se encargaría de traducirlo al castellano.
Según relata el Nican Mopohua, el protagonista y testigo principal de las apariciones fue un indígena de pobre condición llamado Juan Diego.
LA PRIMERA APARICIÓN
El sábado 9 de diciembre de 1531, el indio Juan Diego se dirigía a la ciudad de México con la intención de cumplir con los cultos religiosos. Fue al llegar a un pequeño cerro conocido como Tepeyácac (Tepeyac) cuando comenzó a escuchar una especie de cantos suaves y hermosos que destacaban sobre los de los pájaros de la zona. Juan Diego se detuvo, maravillado por la belleza de tales cánticos, que cesaron para dejar paso a una voz proveniente de lo alto que le llamaba por su nombre.
Con gran rapidez y sin miedo alguno, el indio se apresuró a subir al cerro. Una vez arriba se encontró con una bella .señora que estaba de pie y que le pidió que se aproximara. Cuando estuvo más cerca pudo observar que aquella figura femenina estaba rodeada de resplandores y que sus vestiduras brillaban como el mismo sol.
La mujer se identificó como la Virgen María, y le hizo saber sus deseos de que se construyera en ese lugar un templo para su veneración. Para ello, le pidió que visitara al obispo de México y le contara todo lo que había visto y oído. Juan Diego se inclinó ante ella y le prometió cumplir su mandato.
A continuación el "indito" se dirigió a México con rapidez, con la intención de relatarle al obispo, don fray Juan de Zumárraga, todo lo que había presenciado. Una vez ante el obispo, éste le escuchó con atención, pero no dándole demasiado crédito le ordenó que volviese otra vez para relatarle con más calma todo lo sucedido.
LA SEGUNDA APARICIÓN
Juan Diego, desilusionado por no haber podido cumplir su misión regresó ese mismo día al cerro y encontró de nuevo a "la Señora del cielo". Se postró ante ella y, entristecido, le relató lo sucedido con el obispo.
Tras escuchar sus palabras, la Virgen le pidió de nuevo que volviera a ver al obispo, indicándole su voluntad de levantar un templo en ese lugar. El indio, complaciente, le respondió que así lo haría y se marchó a su casa a descansar.
Al día siguiente sobre las diez de la mañana, después de haber oído misa, se presentó de nuevo ante el obispo para relatarle todo lo sucedido. El obispo le realizó muchas preguntas sobre el aspecto y el lugar donde había visto tales cosas. Sin embargo el religioso seguía sin creer al indígena y le pidió alguna señal para poder dar crédito a todo lo que le contaba.
TERCERA APARICIÓN
Juan Diego regresó junto a la Virgen y le contó la respuesta dada por el obispo Zumárraga. Tras escucharle, la Virgen le contestó:
"Bien está, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará".
Sin embargo, al día siguiente, cuando debía regresar por la señal, Juan Diego no apareció, ya que al llegar a casa encontró a su tío Juan Bernardino gravemente enfermo y fue en busca de un médico, quien lo encontró muy grave y sin cura posible.
Al día siguiente, Martes, de madrugada, Juan Diego salió de su casa con la intención de buscar un sacerdote para su tío. Al pasar junto al cerro decidió dar un rodeo para no encontrarse con la Señora. Sin embargo ella salió a su encuentro a un lado del camino. Tras explicarse, ella le tranquilizó asegurándole que su tío estaba curado (lo que pudo comprobar después) y le ordenó que subiera a lo alto del cerro para recoger unas flores, las cuales servirían de señal para el incrédulo obispo. Así lo hizo, y al llegar a lo alto del cerro encontró varias rosas de Castilla que -inexplicablemente- habían surgido a pesar del extremo frío y lo abrupto del lugar. El indio las recogió en su regazo y, siguiendo las indicaciones de la Virgen se dirigió a ver al obispo para darle la señal exigida.
Una vez en el palacio, y arrodillado ante el obispo, Juan Diego desenvolvió su manto. Inmediatamente se esparcieron por el suelo todas las flores que traía, al mismo tiempo que en el manto se dibujaba la imagen de la Virgen María.
Zumárraga, maravillado y con lágrimas en los ojos rezó y pidió perdón por no haberle creído antes. Más tarde se cumpliría la petición de la Virgen, construyéndose un templo en el lugar de las apariciones.
UNA IMAGEN CON MUCHOS ENIGMAS
Hasta aquí la descripción que el Nican Mopohua hace sobre las apariciones. Pero el misterio de Guadalupe no termina con las múltiples apariciones de la Virgen. Lo que realmente diferencia al culto mariano de Guadalupe es el ya mencionado manto o tilma donde quedó impresa la imagen de la misteriosa Señora.
Los diversos análisis realizados sobre tan venerada reliquia han arrojado unos resultados realmente sorprendentes en distintos aspectos, habiéndose ganado por ello el calificativo de "achiropita" -imagen no hecha por mano de hombre".
UNA EXTRAORDINARIA CONSERVACIÓN
Uno de los aspectos que más ha sorprendido a los estudiosos es el excelente estado de conservación de la tilma o ayate con la imagen de la guadalupana.
En la actualidad, dicha tilma se encuentra protegida por un grueso cristal que la protege contra agentes externos como el polvo, humos, etc. Sin embargo esto no ha sido así siempre. Durante los primeros 116 años, la imagen estuvo expuesta a los fieles, al humo de velas e incienso y, sobre todo a la humedad y salitre propias de la zona en la que se encontraba (en aquella época las aguas del lago de Texcoco llegaban cerca del cerro de Tepeyac). Si a todo esto unimos las continuas frotaciones que cientos de miles de fieles realizaron con estampas, medallas, etc... y la escasa calidad de la tilma -de una fibra rudimentaria-, resulta verdaderamente asombroso que el manto se encuentre en tan buen estado. Los propios científicos y restauradores de obras de arte han coincidido en este extremo.
NI RESTO DE PINTURA
En 1936, un análisis realizado por el doctor Richard Kuhn (premio Nobel de Química en 1938) sobre varios hilos del manto arrojaban un resultado sorprendente:
"... en las dos fibras -una de color rojo y otra amarilla- no existían colorantes vegetales, ni colorantes animales, ni colorantes minerales."
Los análisis del Dr. Kuhn no dejaban lugar a la duda: la imagen de la tilma no había sido realizada mediante procedimientos pictóricos convencionales.
Sin embargo, otro análisis -esta vez realizado en 1980- vendría a completar el realizado por Kuhn. El nuevo análisis fue llevado a cabo por Jody Brant Smith (miembro del equipo de la NASA que estudió en su día la Sábana Santa) y Philip Serna Callagan (también miembro de la NASA y gran experto en pintura) y consistió en una serie de fotografías infrarrojas tomadas a escasos centímetros de la tilma. Los resultados -al igual que sucediera con el análisis de Kuhn- fueron tan increíbles como desconcertantes. Al parecer numerosas partes de la imagen actual, como los rayos solares, las estrellas o la fimbria del manto son el resultado de diferentes retoques que la imagen habría sufrido a lo largo de su historia. Sin embargo, la imagen original no contenía materia pictórica y tampoco se apreciaban pinceladas ni trazos que explicaran la formación de la misteriosa imagen. La conclusión de los científicos estadounidenses no dejaba lugar a la duda: la figura original es del todo punto INEXPLICABLE. El enigma estaba servido.
UNOS OJOS QUE ENCIERRAN UN ENIGMA
A pesar de los sorprendentes descubrimientos obtenidos con los diversos análisis sobre la tilma, el misterio más desconcertante y espectacular de los que guarda La Virgen de Guadalupe se encuentra en los ojos de la Señora.
En 1929, Alfonso Marcué -fotógrafo oficial de la vieja basílica de Guadalupe- descubría en una fotografía en blanco y negro algo que lo dejó perplejo: en los ojos de la Virgen aparecía el rostro de un hombre con barba. Cuando se hubo asegurado por completo de su descubrimiento lo puso en conocimiento de la jerarquía católica de México. Sin embargo, Marcué fue obligado a guardar silencio por los religiosos. Así, el fabuloso descubrimiento permaneció oculto durante 22 años.
Sería otro hombre, el dibujante Carlos Salinas, quien tras conocer la existencia de la "anomalía" se volcase en el estudio de los ojos de la guadalupana. El 29 de mayo de 1951 descubriría en la pupilas de la imagen lo que él identifico como "la cabeza de Juan Diego". Unos meses más tarde, en septiembre de ese mismo año, Salinas pudo inspeccionar y fotografiar la tilma sin el cristal que la protege, corroborando lo que ya había visto en fotografías. A partir de entonces numerosos médicos y oftalmólogos inspeccionaron y analizaron el milagroso ayate. Todos llegaron a la misma conclusión: "allí aparece un busto humano".
A pesar de los diversos análisis sobre los ojos de la guadalupana, la cosa no avanzaría mucho hasta 1979. Fue en ese año cuando el profesor José Aste Tonsmann (miembro del Centro Científico de IBM) tuvo la idea de digitalizar y ampliar las fotografías de los ojos de la Virgen. Fue así como descubrió las figuras de varios personajes, entre ellas la de un "indio sentado" y varias personas arrodilladas en actitud de reverencia. En opinión de los diversos estudiosos, y siguiendo el relato aparecido en el Nican Mopohua, estas figuras se corresponderían con las del indio Juan Diego, el obispo Zumárraga y las demás personas presentes en el momento en que el "indito" desplegó la tilma, mostrando la imagen de la Virgen.
Para algunos de los estudiosos de la tilma estas imágenes no son otra cosa que el último de los milagros de la guadalupana, un mensaje colocado en los ojos de la imagen para que fueran descubiertos sólo cuando la humanidad alcanzase cierto desarrollo tecnológico. Un mensaje, en definitiva, colocado para demostrar la veracidad de unos hechos que cambiaron la historia del Nuevo Mundo.
MAS DATOS EN:
J.J. BENÍTEZ. El MISTERIO DE LA VIRGEN DE GUADALUPE
MÁS ALLÁ nº42. Las apariciones de la Virgen de Guadalupe
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