Gobernaron medio mundo durante decenas de miles de años. Su poderío físico,
su adaptabilidad y su inteligencia le convirtieron en el máximo candidato a
convertirse en el ancestro más directo del hombre moderno. Y de hecho, así se ha
creído durante mucho tiempo, hasta que la ciencia ha concluido que, muy
probablemente, desaparecieron de forma tan abrupta como enigmática. Pero sólo
probablemente?
Rubios y de ojos azules. Tan altos que algunos de ellos alcanzaban los dos
metros e incluso más. Y fuertes, muy fuertes, pues llegaban a pesar 130
kilogramos, y sin embargo, no les sobraba un gramo de grasa: eran puro músculo.
Podríamos imaginar que fueron tipos apuestos que dejaban en buen lugar esa
aseveración ya popular según la cual "si nos cruzáramos uno de ellos en el
metro, vestido con traje y corbata, apenas nos fijaríamos en él". Pero no es
para tanto. Sí lo miraríamos, y de arriba a abajo. A fin de cuentas, amén de sus
largos brazos, cuello corto y vello espeso hasta el cuello y las manos, el tipo
en cuestión tendría rasgos faciales poco agradecidos o, cuando menos, impropios
del resto de pasajeros: un perfil más ancho que el nuestro, mentón ausente,
prominentes pómulos, arcos supercialiares tan pronunciados como una visera?
Está de moda. De las cientos de noticias que en los últimos meses han surgido en
la prensa presentando descubrimientos relacionados con nuestro pasado, la mitad
de ellas hacen alusión a estos personajes que surgieron en Eurasia hace unos
200.000 años y que fruto de un inexplicable colapso desaparecieron hace algo
menos de 30.000. Hablamos, por supuesto, del hombre de Neanderthal. Aquél cuyo
rastro -incluso el genético- se perdió y que, en contra de lo que siempre se
pensó, no fueron ancestros nuestros.
Pertenecían a otra humanidad que había cumplido sus estadios evolutivos en el
Viejo Continente. Su abuelos, hace casi un millón de años, fueron los hombres de
Atapuerca, y sus padres, hace unos 300.000, recibieron el nombre de Homo
heidelbergensis. Su línea evolutiva fue, por consiguiente, diferente a la
nuestra.
Pero hará aproximadamente 40.000 años, quizá más, quizá menos, otras humanidad,
los Homo sapiens, la especie a la que pertenecemos, salió de África poblando el
resto del mundo. Portadores de un "algo" superior, vencieron en su particular
guerra evolutiva e hicieron desaparecer, indirectamente ha de suponerse, a los
neanderthales. Al menos, esto es lo que la historia y la ciencia asegura. No
obstante, las lagunas que presenta este episodio de la evolución son tan
pronunciadas como el torax de los neanderthales.
Quizá por ello despiertan tanta fascinación, pues no resulta fácil justificar
cómo desaparecieron para siempre estos portentos físicos, estos cazadores
diestros como felinos y avispados como zorros, estos hombres dotados de un nivel
de socialización no visto hasta entonces en la Tierra, estos personajes que
dieron fe de ser de los primeros en formular cuestiones trascendentales,
capacitados para fabricar herramientas, emplear el fuego, manejar conceptos
matemáticos, inventar instrumentos musicales, manifestar cierto gusto por la
vestimenta e, incluso, ejecutar operaciones quirúrgicas.
¿O quizá no desaparecieron? ¿Acaso legaron a la humanidad procedente de África
algo de ellos? ¿Está demostrado que no se hibridizaron con los Homo sapiens? ¿Es
posible que algunos neanderthales emigraran refugiándose de los hombres modernos
en tierras recónditas? ¿Y qué incluso sigan allí? Hoy, año 2001, la larga odisea
científica que ha buscado respuesta a nuestros orígenes nos sirve en bandeja una
respuesta: "No." Una negativa rotunda a todas estas cuestiones. Pero? ¿están tan
claras las cosas? La respuesta es otro "no". Un no tan rotundo como aquél. Y,
¿por qué lo afirmamos? Veamos?
Esqueleto del híbrido entre Homo Sapiens y Neanderthal aparecido en Lapedo,
Portugal.Híbridos
En abril de 1999 una información asaltó los pilares teóricos de quienes estudian
nuestro pasado. Según aquellas noticias, un esqueleto de un niño hallado meses
antes en el valle de Lapedo en Portugal, y que fue datado en hace 24.000 años
(al menos tres mil después de la fecha en la que se data la desaparición de los
neanderthales), presentaba rasgos híbridos entre los Homo sapiens y los
neanderthales.
El hallazgo contradecía varios estudios genéticos que demostraban que los
humanos modernos y los "hombres del frío", como también se les ha llamado, no
pertenecemos ni pertenecimos a la misma especie. De nuevo -y no es la primera
vez que ha pasado- los estudios de ADN no coincidían con los hallazgos
arqueológicos propiamente dichos.
Y, sin dudarlo, me puse en contacto con el descubridor de aquel niño de hace
24.000 años, el arqueólogo luso Joao Zilhao: "El hallazgo -me dijo- es la prueba
de que los modernos humanos procedentes de África se cruzaron con los
neanderthales y al menos parte de los pobladores de Europa son híbridos de ambas
especies."
En cuestión de horas, otros expertos me confirmaron sus palabras. Chris
Stringler, del Museo de Ciencias Naturales de Londres, me explicaba que "las
investigaciones sobre este esqueleto son dignas de crédito y pueden suponer la
primera evidencia de algún tipo de hibridación". Stringler calificaba de
revolucionario el descubrimiento, y por si fuera poco, admitía la necesidad de
plantearse que en Europa, y más concretamente en la península Ibérica, pudo
producirse una pequeña mezcla entre ambas humanidades. En esta misma línea me
respondía Erik Trinkaus, de la Universidad de Nuevo México, para quien el
descubrimiento portugués, junto a otos efectuados en Europa, acortaban las
distancias evolutivas entre ambas especies.
En conclusión: los tres máximos expertos mundiales en el campo de los
neanderthales abrían un capítulo que pretendía haber sellado la genética. Los
neanderthales, en opinión de todos ellos, podrían haber influido -al menos
morfológicamente- en nosotros.
Genéticamente, la diatriba presenta proporciones más significativas, pero existe
cierta falsedad informativa cuando tan alegremente se afirma que los exámenes de
ADN desvinculan por completo dicha hibridación. La prensa ha sido confundida por
los titulares ofrecidos por los científicos a los profesionales de la
comunicación. Sin ir más lejos, el examen genético efectuado a partir de los
restos de un infante neanderthal descubierto en el Cáucaso por parte de William
Goodwin, de la Universidad de Glasgow (Escocia), mostraba una diferencia
genética del 3,48 % con otros restos de la misma especie investigados por Svante
Pääbo dos años atrás, en 1997. Y no olvidemos un detalle: los chimpancés y
nosotros apenas nos diferenciamos un 1,6 %. Que cada cual extraíga conclusiones?
Tan humanos como nosotros
Un año después de que se efectuara el descubrimiento de Portugal se dieron a
conocer los primeros resultados derivados de unas excavaciones en Vindija
(Croacia). El yacimiento, datado en hace 30.000 años, desveló que los
representantes de la otra humanidad habían desarrollado técnicas de caza tan
avanzadas o más que las importadas por los emigrantes procedentes de África.
También se encontraron restos que demostraban que eran capaces de dar caza a
animales de enormes proporciones y restos de elementos estéticos -joyas, para
ser más precisos- junto a los primeros instrumentos musicales jamás fabricados
en el planeta. Además, gracias a la aportación de los antropólogos forenses, se
dedujo que habían desarrollado técnicas de cura de heridas de lo más atinado y
eficaz? Todo ello, suponían los expertos, nos presentaba a una especie que bien
debiera disponer de algún modo de comunicación? ¿Hablaban? Es muy probable: en
Israel se han encontrado craneos de neanderthal que disponían de hioides, un
pequeño hueso de cuatro centímetros ubicado en la laringe y en forma de U que
facilita el habla a los humanos modernos.
Por tanto, neanderthales y Sapiens no eran sustancialmente diferentes. Aquéllos
eran tan inteligentes como nosotros o más, pues tenían mayor capacidad craneal.
Y además gozaban de sentido estético: inventaron la música y la moda. Y
hablaban. Platicaban a la luz de fuego, diseñando con destreza y dotes de
estratega la jornada de caza del día posterior. Y, por si fuera poco, estaban
físicamente mejor preparados que nosotros para sobrevivir en condiciones
extremas.
No es de extrañar que los científicos lleven décadas sometiendo a juicio la
desaparición de los neanderthales tras más de 10.000 años de convivencia
pacífica en Europa y Oriente Medio. Quizá el experto Fred Smith no iba
desencaminado cuando comparaba los genes de los Homos sapiens con un virus
incontrolable "que se extendió por todo el mundo transformando las poblaciones
lentamente". En su opinión, -y junto a los Zilhao, Trinkaus y Stringler forma el
póker de máximos expertos mundiales en la materia- los hombres modernos hemos
heredado parte de los neanderthales, quizá una parte no visible en nuestro ADN,
pero algo al fin y al cabo. Aún así, los estudios genéticos han descubierto que
estos hombres poseían un gen que se creía exclusividad nuestra: el gen ginger,
que codifica el pelo rojo, la piel clara y las pecas.
¿Era este individuo un descendiente vivo de los Neandetthales?¿Sobrevivieron
aislados?
De todas formas, y abriendo de nuevo las interrogantes que abría al comienzo de
este reportaje, resulta sorprendente contemplar cómo los neanderthales "cayeron"
en un pozo evolutivo. Algo que desconocemos les hundió. Pero, ¿y si
sobrevivieron? Sabemos que estaban perfectamente preparados para soportar el
frío. Su nariz, por ejemplo, era una cámara de refrigeración harto sofisticada,
capaz de regular su temperatura corporal de acuerdo al mediambiente en que se
desenvolvieran. Sabemos también que no gustaron de frecuentar los emplazamientos
donde se asentaban los Sapiens, o sea, nosotros. Y por ello fueron recluyéndose
hacia dónde más inclemente era el frío? ¿Podrían seguir allí, en lugares
recónditos, apartados, en valles inhóspitos, en montañas intransitables, lejos,
en definitiva, de los "amenazadores" hombres modernos?
Algunas especies animales que se creían extintas hace millones de años han
sobrevivido aisladas. Tal es el caso del pez prehistórico por excelencia: el
celacanto. Ya se han atrapado varios ejemplares, suficientes como para que los
científicos estimen que algunas familias han sobrevivido aisladas al margen de
los catálogos zoológicos. ¿Podría haber ocurrido lo mismo con nuestros
protagonistas? Textos clásicos firmados por Lucrecio y Plinio hacen alusión a
hombres poderosos, de cabeza hundida y cejas huesudas habitando en lugares casi
inaccesibles. ¿Acaso se referían a neanderthales?
El mismo Plinio los ubica en el norte de África? Casualmente, no lejos de allí,
en el sur de España habitaron -según la cronología oficial-, los últimos
miembros de la otra humanidad. Tampoco parece casualidad que en Río Tinto se
hayan encontrado decenas de bustos tallados hace al menos 2.000 años por los
tartesos u otra cultura local y que muestran rasgos de homínidos diferentes al
Homo sapiens, entre ellos neanderthales. Sin embargo, la ciencia no supo de
estos gigantes hasta que en 1856 fueron descubiertos los primeros fósiles en las
proximidades de Neander (Alemania). Por tanto, ¿cómo supieron representarlos los
antiguos habitantes de la Península hace miles de años? ¿Acaso toparon con ellos
en sus incursiones por abruptas tierras?
A mediados del pasado siglo, en el norte de África, para ser más exactos al sur
de Marrakech, un antropólogo alemán llamado Marcel Homet localizó a un individuo
ailsado y con escasas dotes para el habla llamado Azzo Bassou, cuyos rasgos
físicos eran, indiscutiblemente, los que se atribuyen a los neanderthales.
Una investigación posterior llevada a cabo por el italiano Willy Fassio buscó
entre la poblaciones de núcleos de aquella zona lo que Homet describió como
humanos con rasgos neanderthales: "Localizamos con éxito una aldehuela bereber
llamada Iflan, donde logramos acercarnos y fotografiar, pese a la prohibición
islámica, a algunos individuos con características antropológicas muy extrañas
propias de los hombres de Neanderthal."
Los últimos neanderthales, ¿están vivos?
Los habitantes de estos pueblos norteafricanos están relativamente socializados.
Pero, ¿qué pasaría si esos hombres no hubieran abandonado los refugios naturales
en los cuáles entraron cuando sus congéneres desaparecieron o fueron absorbidos
por los Homo sapiens? ¿Seguirán allí? Esa posibilidad ha inquietado
especialmente a los criptozoólogos o buscadores de fósiles vivientes, especies
animales que, como el celacanto, se suponían desaparecidas. Son muchos los
científicos que consideran al yeti uno de estos fósiles vivientes.
Recientemente, el genetista británico Brian Sykes analizaba un vello
supuestamente perteneciente al abominable hombre de las nieves, esa bestia
homínida de pelo claro y casi tres metros de altura que desde tiempos remotos es
observada por sherpas, alpinistas y lugareños en el Nepal. El estudio de su ADN
desveló que no pertenecía a especie conocida alguna. Al menos, actual.
Los yetis son, probablemente, fósiles vivientes. Más exactamente,
Gigantopithecus, simios escindidos de la cadena evolutiva humana hace millones
de años y que habitaron en las montañas asiáticas hasta hace unos 300.000. Se
han encontrado pocos restos de ellos, aunque los suficientes como para saber que
medían 2,75 metros de altura y pesaban 265 kilogramos. Probablemente, han
sobrevivido en las cumbres de Himalaya. Parientes evolutivos suyos quizá
emigraron hacia otras tierras. En concreto, a América. Allí, aislados en las
Montañas Rocosas, se han perpetuado y quizá los supervivientes podrían ser los
llamados Big-foot o pies grandes.
Pero hay más homínidos de estas características. Y algunos de ellos responden,
por su apariencia física, a los rasgos atribuidos a los neanderthales. Uno es el
barmanu, un homínido que los habitantes de Pakistán llevan observando desde
siempre. Mide aproximadamente 1.70 metros de altura (esa altura tenían los
neanderthales más orientales, aunque las diferencias con los de otros enclaves,
en cuestión de altura, es más que notable) y todo su cuerpo, excepción del
rostro, está cubierto de vello. Su rostro presenta grandes arcos superciliares,
pómulos grandes, nariz chata y barbilla ausente?
Un español afincado en París, el zoólogo Jordi Magraner, a la sazón investigador
del Museo de Historia Natural de París, ha dirigido varias expediciones al
lugar. Tras conversar con testigos, analizar sus testimonios y estudiar sus
características físicas, Magraner ha concluido que el barmanu es un fósil
viviente? ¡un hombre de Neanderthal!
Un homínido de idénticas prestaciones físicas viene observándose en Rusia desde
hace siglos. Su presencia ha dado origen allí a leyendas y mitos de diverso
pelaje, pero su existencia está ampliamente demostrada. Los científicos de la
Academia de Ciencias de Rusia han efectuado diversas investigaciones al respecto
y no tienen duda: los alma, como la tradición les llama, son una realidad
tangible.
Uno de los científicos que peinó las tierras que se extienden desde el Cáucaso a
Mongolia es Boris Porschnev: "Son seres muy parecidos a los hombres, que en el
curso de los últimos siglos se han ido refugiando en regiones cada vez más
aisladas? Son, probablemente, supervivientes de los neanderthales". Su teorema
es el de tantos otros estudiosos, y confirma lo que en su día explicó del
siguiente modo John Napier, director del departamento de biología de primates
del Smithsonian Institute: "No es imposible que descendientes neanderthales
habiten en remotas zonas geográficas del Este de Europa, Siberia y Mongolia,
tras haber evitado las consecuencias de su exterminio, y sigan sobreviviendo en
estas regiones hasta nuestros días como reliquias de otras eras."
También en Vietnam vienen observándose homínidos similares a los que se llama
nguoi-rung. "El asunto es tratado casi como un secreto de estado", me confiesa
el naturalista Juan Miguel Domínguez, que peinó con su equipo de Televisión
Española aquellas tierras topándose con huellas y rastros de la existencia de
unos extraños seres muy parecidos a los humanos pero con rasgos que, de acuerdo
a Helmut Loofs-Wisowa, de la Universidad Nacional Australiana, son realmente
parecidos a los que suponemos a los neanderthales o a otras especies homínidas,
como los Homo erectus, que vivieron allí hasta hace 20.000 años, aunque
recientemente se han descubierto fósiles de apariencia neardentalense cerca del
lugar y que han sido datados en 70.000 años.
En suma, las incógnitas sobre los neanderthales siguen presentes. Quizá como
ellos mismos, algunos de los cuáles podrían haber logrado sobrevivir. Incluso
nosotros podemos llevar dentro algo de ellos. Una sospecha que desconcierta a la
ciencia, pero que fascina. Lo dice así el paleoantropólogo español más laureado,
Juan Luis Arsuaga: "Tal vez hubo casos de mestizaje, pero no se dieron en una
cantidad suficiente como para que sus genes hayan llegado hasta nosotros. Nada
me haría tanta ilusión como llevar en mi sangre una gota siquiera de sangre
neanderthal, que me conectase con esos poderosos europeos de otro tiempo, pero
temo que mi relación con ellos es sólo sentimental". Quizá en los Urales, en el
Cáucaso, en Vietnan o en Pakistán Arsuaga podría encontrar alguna respuesta a
sus dudas? Allí parecen vivir los últimos gigantes, a los que la ciencia bautizó
como Homo sapiens neanderthalensis.
Escrito por Bruno Cardeñosa