Dado que el Uno creo todo el universo, por intermedio de la palabra, así El
esta siempre presente y, generando todos los seres y las cosas, por elección de
su propia voluntad.
Porque su creación toda en verdad, son su cuerpo, intangible, invisible,
inconmensurable, más allá de la dimensiones conocidas, incomparable; porque no
es fuego, ni agua, ni aire, ni espíritu, sino todas las cosas existen a partir
de él.
Ahora pues, siendo bueno, no sólo para sí quiso ofrecerse este cuerpo y
embellecer la tierra antes bien envió aquí abajo al Hombre como ornamento de
este cuerpo divino: ser vivo mortal ornamento del ser vivo inmortal.
Y si bien el Universo aventaja a los seres vivos en que vive eternamente, el
Hombre a su vez le aventaja por la razón, la inteligencia y sabiduría.
Entonces el hombre contemplo la obra de Dios, y se admiró, y aprendió a conocer
a su creador.
De la razón e inteligencia Dios hizo partícipes a todos los hombres, pero no así
de la sabiduría.
Dios no ha dado a todos la inteligencia porque quiso ponerla ante las almas como
premio de la batalla interior contra el ego humano.
Envió a la tierra un mar enorme de sabiduría, apostó un heraldo y le mandó
proclamar al corazón de los hombres lo siguiente: "¡Báñate en este mar de la
sabiduría tú que eres capaz, tú que crees que retornarás al que te envió, tú que
sabes para qué has nacido!"
Por consiguiente, todos cuantos aceptaron el mensaje y se bañaron en la
sabiduría, todos se hicieron participes del conocimiento y llegaron a hombres
perfectos, acogedores de la sabiduría.
En cambio todos los que se negaron al mensaje, fueron llamados los "racionales",
los que no se ocuparon de cultivar su inteligencia, los que ignoran porqué
nacieron y de quién provienen.
Las sensaciones de estos hombres son semejantes a los de los animales
irracionales, y como su temperamento es pasión y cólera, son incapaces de
admirar las cosas dignas de ver, antes se dedican a los placeres y a los
apetitos corporales, y piensan que para eso han nacido los hombres.
Por el contrario, los que se hicieron partícipes del don de la sabiduría de
Dios, son inmortales en contraposición de aquellos, mortales.
Abarcan en su propia sabiduría todas las cosas, las que están en la tierra, las
que están en el cielo, y lo que se encuentra más allá de los cielos.
Tanto se han elevado a sí mismos que vieron el Bien, y al observarlo
consideraron la vida de aquí abajo como un simple pasatiempo, y se apresuran
hacia El Uno y Único.
Esta es toda la ciencia de la sabiduría, abundancia de cosas divinas y la
comprensión de Dios, pues el mar del que hablamos es divino.
Primero se debe prestar menos atención al plano físico material.
No te puedes bien amar, amando lo corporal.
Tendrás la inteligencia, y poseyéndola participarás también de la ciencia.
Es imposible, adherirse a ambas cosas, a las mortales y a las divinas:
Porque como hay dos clases de seres, unos corpóreos y otros incorpóreos, en los
que reside lo perecedero y lo divino, al que quiera elegir no le queda sino
optar por uno u otro, porque es imposible hacerlo por los dos, y no quedando
sino que elegir, el desechar uno se manifestara la energía del otro.
Ahora bien, el hecho de elegir lo mejor no sólo deifica al hombre que ha optado
por la hermosura sino que además testifica de su espiritualidad.
En cambio al escoger lo peor, el hombre se autodestruye, y aunque no sea en sí
una falta contra Dios, hay una cosa cierta y es que, dejándose arrastrar por la
sensualidad física, se pasea por el mundo y sin hacer nada útil no dejan de
molestar a los demás.
Estando las cosas así, hemos gozado y siempre gozaremos de las cosas que vienen
de Dios; pero las cosas que resultan de lo material errado tendrán sus
consecuencias.
La causa de nuestros males no viene de Dios sino de nosotros mismos, porque
preferimos los errores a las verdades.
Necesitamos atravesar muchos cuerpos y coros de genios, y la sólida cadena de
las estructuras y los caminos de los astros, a fin de que avancemos hacia el Uno
y Único.
Porque inagotable, ilimitado e interminable es el Bien.
Tomemos al bien por completo y de aprisa. Porque abandonar lo acostumbrado y lo
presente para regresar a lo caduco y antiguo es un camino lleno de obstáculos.
Lo que vemos nos complace y desconfiamos de lo que no vemos.
Pues lo pernicioso es lo más conspicuo, el Bien, en cambio, es invisible a los
ojos porque no tiene aspecto ni nada que lo pueda representar, y en
consecuencia, solo se parece a sí mismo y es distinto de todo lo demás.
Es imposible que lo corpóreo pueda representar lo incorpóreo.
Esta es la diferencia entre lo semejante y lo distinto, y lo que le falta a lo
distinto para llegar a lo semejante.
Por consiguiente, la Unidad o Mónada, que es principio y raíz de todas las
cosas, está en todas las cosas como raíz y principio.
Nada existe sin principio, y el principio no proviene de nada sino de sí mismo,
porque en efecto es el principio de todo lo existente.
Siendo la Unidad un principio, abarca a todos y no es abarcada por ninguno
engendra a todos y no es engendrada por ninguno de ellos.
Todo lo que ha sido engendrado es imperfecto y divisible, capaz de nacer,
crecer y disminuir.
Pero no ocurrió lo mismo con lo perfecto.
Lo que aumenta, gracias a la Unidad, pues está destinada por su propia debilidad
a no poder prescindir de la Unidad.
Esta es la imagen del Dios que habita en los hombres.
Si con rigor la contemplas y la observas con los ojos del corazón, créeme que
encontraras el camino hacia las cosas superiores.
La contemplación de la divinidad que habita en ti tiene una virtud propia: se
apodera de los que la han contemplado una vez y los atrae a sí, como el imán
atrae al hierro.
Juan Orsini
Círculo Metafísico Argentino