Una iglesia, un sacerdote, el Diablo... y el secreto mejor guardado
Por Bruno Cardeñosa
En 1885 un párroco rural llamado Berenger Sauniere llegó a Rennes-le-Chateau, una aldea francesa enclavada en el corazón de la región cátara. Allí, según la tradición, se encontraba el tesoro perdido de aquellos herejes, que más tarde pasó a manos de los Templarios. Sauniere, según las más recientes investigaciones, pudo haber encontrado aquel secreto. Su contenido, más que material, era de índole informativa y podía hacer alusión a un terrible secreto en relación a Jesús de Nazaret. Para preservar el "tesoro" mandó esculpir un demomio que diera la bienvenida a todo aquel que pisara la Iglesia en donde halló tan terrible información.
Estoy en la entrada del más extraño, desafiante y misterioso templo del cristianismo. Parece mentira; es una iglesia pequeña, de estilo románico y perdida en la cima de un montecillo desde el que se domina el valle de Razes. A su alrededor se extiende una pequeña aldea, Rennes-le-Chateau. Antaño floreció aquí Redhae, el último reducto visigótico de Francia. De aquello no quedan nada más que viejos y derruidos restos de lo que un día fueran muros y columnas.
El aire que se respira aquí es denso. Algo indefinible pesa en el ambiente que cae sobre las cuatro calles de Rennes-le-Chateau y sus poco más de 100 habitantes. Nadie mira a nadie. Los hombres y mujeres que aquí viven no gozan de la misma hospitalidad que exudan quienes pueblan toda esta región, húmeda, vinícola y próspera. Los turistas tampoco te miran. Saben que, cómo tú, lo que les ha traído aquí es algo tan siniestro como inconfesable. Por eso miras atrás y adelante cuando te encuentras bajo ese pórtico estrecho, rematado por tejadillo triangular y amarillo. Todo lo que has leído, escuchado y sentido en los ojos de los aldeanos y en las obras que llevas bajo el brazo se resume con la sentencia en latín que reza el frontispicio de la entrada a esta iglesia: Terribilis est locus iste (Este lugar es terrible).
A uno le han enseñado que entrar en una iglesia es hacerlo en un lugar recogido en el que el alma se expande. Aquí no. Aquí das un paso hacia adentro y te encuentras con un diablo tallado en madera y policromado. Su piel es rojiza; huesudo y fibroso, cubierto con una túnica verde mira en dirección el altar con ojos desorbitados y de un azul hiriente. Pomulos salientes, orejas puntiagudas y cuernos desde los que nacen la pila bautismal. Nadie moja sus dedos en el agua... ¿bendita? Da miedo. Representa a Asmodeo, el diablo que según la tradición custodia los secretos. Alzas la vista y por detrás se erige un pilar. En su base, dos letras, BS. Y sobre ellas, otra leyenda en latín: Par ce signe tu le vaincras (Con este signo le vencerás). Por encima, cuatro ángeles y un extraño símbolo: una cruz y una rosa en su interior. Es el símbolo de la Rosacruz, la sociedad secreta que la Historia ha convertido en heredera de los saberes templarios y que se ha hermanado con los masones, a los que la Iglesia ha declarado la guerra ideológica en repetidas veces.
Y miras al suelo. Descubres que está cubierto por 64 baldosas blancas y negras, al estilo de un tablero de ajedrez. Quien las puso ahí marcó con sus ángulos los cuatro puntos cardenales de forma exacta. No, no es un lugar de paz. Es oscuro. Resalta, eso sí, el color de las catorce estaciones del viacrucis. Pero es un viacrucis extraño. Herético. Está invertido y algunas de las escenas no pertenecen a los relatos evangélicos. La simbología tampoco: María Magdalena aparece aquí con el velo de viuda y Jesús, cuando va a ser sepultado, sangra por su costado de forma abundante. Quien tallara aquellos retablos supo cifrar de forma simbólica algo que comienza a resoplar entre aquel aire denso... Otra estatua de María Magdalena lo delata, así como el mural que destaca detrás del altar. Todo ello conduce a una lectura: la simbología de esta iglesia parece querer transmitirnos una historia diferente a la que nos han contado. Jesús -reza subrepticiamente este templo del heretismo- no murió en la cruz; por ello sangraba.Y lo que resulta más heredoxo: estaba casado con María Magdalena.
Sin duda, la leyenda del frontispicio es atinada: este lugar es terrible. Al menos, para los dogmas, que parecen haber huido de aquí por la fuerza.
El hombre que cambió la historia de este lugar
Salgo de la iglesia. Giro y accedo al cementerio. Son tumbas antiguas; bellas unas, siniestras otras. Y al final, siempre con flores frescas, detaca una. Tiene una lápida ocre sobre la cual está tallado en altorrelieve el perfil de un hombre. Aquí yace Berenger Sauniere -cuyas iniciales, BS, coinciden con la incripción que se encontraba a la entrada de la iglesia-, fallecido en 1917 y desde 1885 párroco de esta aldea. El es la razón de que esté ahí, aganchándome con mi Nikon a los pies de una tumba a la que el abeé se llevó sus secretos.
Berenger Sauniere es el culpable de que aquella aldea se haya convertido en centro de peregrinación y destino vital de miles de buscadores de tesoros espirituales y materiales. El culpable de una leyenda que hace de esta región la más embriagadora y misteriosa de toda Francia. Quizá una de las más inquietantes del mundo entero. Es el destino de moda para todo un submundo de viajeros, muchos de los cuales llevan bajo su brazo uno de los 500 libros que sobre el misterio de Rennes se han escrito en los últimos años. Hasta allí llegan hombres tan dipares como periodistas que quieren contar por qué esta región resquebraja dogmas o que buscan explicación a por qué algunos personajes acaudalados han comprando las viejas mansiones que surgen a orillas del Aude, el río que por aquí corre, y que se han retirado aquí: sacerdotes que se han quitado la sotana, escritores como Julio Verne que buscan el ambiente ideal para sus novelas, músicos como los españoles Carlos Berlanga o Guillerno Cazenave que se inspiran aquí para sus composiciones o políticos como Francois Miterrand, que no dudó pisar el suelo embaldosado de esta iglesia en el que ahora estoy, clavando sus ojos en el diablo Asmodeo mientras su cohorte no se atrevía a cruzar la puerta, que te recibe con el aviso de que es un lugar terrible; un aviso inspirado en un versículo tan extraño como lo ocurrido aquí en el último siglo y pico, un versículo del Génesis que dice: "Este lugar es terrible, es la casa de Dios y la puerta de los cielos."
El gobierno francés ha echado el resto para promocionar esta zona -y por extensión el resto del llamado país cátaro, el Languedoc galo- de cara al siglo XXI. Sin restar magia al lugar, y manteniendo su aire milenario, todo el país cátaro ha entrado de lleno en las rutas de los turistas que buscan algo más que playa y Sol. Hace años, sólo marcaban en el mapa el castillo de Montsegur, la última fortificación de los herejes cátaros, los llamados hombres-buenos. Los cruzados arrasaron con ellos, y sus últimos números se recluyeron en esta fortificación cual arca celestial, que cayó tras diez meses de asedio en marzo del año 1244. Pero antes de capitular, algunos cátaros lograron huir de la montaña con un tesoro que desde entonces se convirtió en legendario.
Una región que esconde un misterio
Los turistas que visitaban Montsegur debían coger la estrecha carretera, convertida en un túnel cuyas paredes son los troncos de los árboles y cuyo techo lo forma el verde de sus espesas copas. Una ruta que atraviesa Limoux, Cuiza y Quillan antes de alcanzar las faldas de esta montaña. Esa carretera, la D 118, parte de Carcassona, una ciudad medieval amurallada hermosa como ninguna palabra puede definirla. Pero los turistas pasaban por estas tres localidades sin apenas reparar en los tesoros naturales e históricos de esta región que primero poblaron los dinosaurios. Hoy se han abierto decenas de museos sobre las bestias del Jurásico. También sobre los cátaros. Y sobre los Templarios. Pero cada vez son más los "locos" que se detienen en algunos de los entrañables albergues y hostales de la región. Desde Limoux a Quillan hay docenas de ellos, algunos a pie de la carretera y otros en viejas mansiones y castillos acondicionados.
Mis pasos se detuvieron en Cuiza. En esta localidad, abandonando la carretera, cruzando el río y atravesando una zona deportiva emerge un soberbio castillo, el Chateau des Ducs de Joyeuse. Construido en el siglo XVI, se convirtió en uns hostelería con el apoyo del Gobierno francés; una financiación que se concede si los obradores de la restauración del edificio en cuestión demuestran que detrás de sus intenciones hay algo más que un puro interés económico. Los gerentes del chateau lo demuestran durante los once meses que el establecimiento, con sus 35 habitaciones, permanece abierto al público cada año. Tiene planta cuadrada y una altura de tres niveles. La primera está reservada para la recepción y las salas de desayuños y comidas. En el interior de cada una de sus cuatro columnas una escalera de caracol por la que se accede a la segunda planta, en donde se encuetran las salas dedicadas a seminarios y reuniones, que se celebran continuamente para debatir sobre los misterios de esta zona. En la tercera, las habitaciones. Las que ocupan las alamedas son ciertamente enormes. Nuestra ventana asoma al patio interior del castillo que por la mañana está cubierta de vaho. Realmente, nos hemos transportado a siglos pasados.
Los más heréticos de entre los turistas y viajeros que acuden a esta región acampan aquí. Y es que amén de glorioso, el alquiler de habitaciones es más que asequible si asumimos la grandiosidad del hotel. Se respira historia. Se respira magia cuando uno baja por esa escalera de caracol cada mañana para desayunar en una sala de mesas redondas, grandes, en donde sirven café caliente y bollos caseros con mantequilla gala. Mesa y mantel por 250 francos...
Sales del chateau y a doscientos metros la carretera se parte en dos. La D 613 conduce a los enclaves termales, pues es el subsuelo de esta zona un enorme queso de "gruller" con corrientes submarinas y cuevas. Por esta misma carretera se llega a Coustaussa, en donde están las ruinas del castillo que utilizó Roman Polanski para filmar La novena puerta. Curiosamente, la puerta del infierno. Las carreteras y los paisajes de tan extraño y simbólico film están aquí. Algo más adelante de ese cruce nace la D 52. El indicativo explica que el destino de esa carretera es Rennes-le-Chateau; el cartel reza: "Rennes, el sitio de los misterios".
El sitio de los misterios
Y la carretera, poco a poco, comienza a empinarse. Las curvas son cerradas como una herradura. Cada revuelta mira a algún lugar especial. No es casualidad. La acondicionó hace un siglo Berenger Sauniere. Una de las revueltas mira a Coustaussa; otra al monte Cardou. Es un viejo y apagado volcán que se eleva 796 metros. El más alto de la zona. Recientemente se ha sabido que aunque ambientó la novela en Islandia, el volcán que Otto Linderbrock sube en el Viaje al centro de la Tierra es realmente el Cardou, que los nuevos turistas recorren con un ejemplar de la obra de Julio Verne, a quien se le supone, por sus amistades comunes con Berenger, poseedor del secreto que aquí anida.
Tras cuatro kilómetros y medio, sin otra marcha que no sea la primera, llegamos a Rennes-le-Chateau. Aunque parezca increible, el aspecto de esta aldea no ha cambiado mucho desde que pisara su milenario suelo Berenger Sauniere el primero de junio de 1885. Entonces, Rennes-le-Chateau era algo así como el fin del mundo. Un destierro para un sacerdote joven -de 33 años entonces- y apuesto que ya había provocado más de un quebradero de cabeza a sus superiores. Dicen que era algo reaccionario ante determinados dogmas. Gerard de Sede, el primero que estudio su vida, habló allá por la década de los sesenta con muchos de sus feligresas. Lo recuerdan como un hombre guapo, atractivo y de un enorme poder seductor. Se dice que algo más que la camaradería le unió con su ama de llaves, Marie Derdanaud. Ella está hoy enterrada junto a Berenger, para sospechar más si cabe. Fue su heredera, y quizá mucho más. Pero, ¿heredera de qué?
Parte de la respuesta la encontraré unos metros más allá, fuera de la iglesia... ¡En Villa Bethania! Allí, Jean Robin y un nutrido grupo de expertos tratan de buscar orden y concierto a algo que ocurrió en 1891, cuando Sauniere entregaba todo su tiempo a la reconstrucción de la iglesia. Quería reconstruir el altar, sostenido por dos pilares visigóticos. Estaban huecos... En su interior encontró una serie de pergaminos. Posteriormente, volvió a encontrar, enrrollados en unos helechos, nuevos textos antiguos en el interior de un balaustre de madera que se encontraba en la iglesia.
Eran textos escritos en francés antiguo, redactados de forma oscura, escondiendo -según todos los analistas- una clave oculta. El primero rezaba así: "Pastora, ninguna tentación. Que Poussin, Teniers. La clave. Paz 681. Por la cruz y este caballo de Dios, completo o destruyó este demonio del guardián al mediodía." El segundo texto, descifrado, explica: "A Dagoberto II, Rey, y a Sion pertenece este tesoro y Él está allí muerto."
Cuando Sauniere descubrió estos textos viajó a París. Lo hizo para buscar un paleógrafo que le descifrara el contenido. Algo le decía que lo que acababa de encontrar era importante. Se lo decían, quizá, los pergaminos del balaustre. No los conocemos todos. Algo halló que le encaminó a buscar en los Elíseos a la flor y nata del esoterismo. Eran tiempos en los que el conocimiento mágico estaba vedado salvo para las clases altas e intelectuales. Saunire regresó entusiasmado, sabedor de que había topado con algo fuera de lo común. Peinó palmo a palmo toda la región. Extrajo piedra de infinitos lugares y, como quien no quiere la cosa, comenzó a disponer de una fortuna incalculable. ¿De dónde salió todo ese dinero? ¿Acaso había descubierto el tesoro de los cátaros, que luego pasó a manos de los Templarios y que según diversas tradiciones estaba encondido en estos lares? Si era así, ¿se trataba de un tesoro material o espiritual? ¿O acaso informativo? O ambas cosas, por qué no.
Claves secretas
Tengo frente a mí el atlas de la zona que elaboró Sauniere. Dibujó en su primera página una flor de lis, la flor de las flores, ligada a las dinastías reales y a reyes como Dagoberto II, el merovingio, que contrajo matrimonio en Rennes-le-Chateau, y cuyo nombre aparece en los famosos pergaminos. Sobre la flor destaca una tímida estrella de David, el símbolo hebraico. Parece un guiño... Los templarios, como bien sabemos, se fundaron con la intención de defender los sacros enclaves de Tierra Santa. ¿Tendría algo que ver? Se crearon en Sion, que también se menciona en los pergaminos.
Con su dinero, o el dinero del tesoro, o más seguramente, según apuntan las más recientes investigaciones, con el dinero de la élite parisina embebida en el esoterismo, edificó un auténtico paraiso en su vivienda. Convirtió Villa Bethania en una mansión victoriana de tres plantas. Habilitó los terrenos colindantes con varios jardines. Uno de ellos un auténtico intrincado de calles que, probablemente, reflejaban en mapa. Rodeando al jardín elevó una muralla que está en la parte más alta del pueblo. A un lado de la muralla, de unos treinta metros y que en el centro presenta un ángulo de 90 grados pero en curva, desde el cual se accedía. Consturyó un invernadero, y al otro una edificación neogótica a la que llamó Torre Magdala. Tiene un aire sobrecogedor. Su primera planta la dedicó al estudio. Colocó allí sus libros y una mesa. Pasaba horas entregado al estudio. Parecía buscar algo en la zona, con la ayuda de su atlas. La misma disposición del lugar lo dice todo: subiendo por la escalera de caracol de la torre se accede a una terraza desde la que se contempla toda la región. No es difícil imaginar a Berenger con sus libros, tratando de descifrar códigos ocultos, rebuscando en la geometría sagrada y queriendo encontrar un punto en su atlas, subiendo por la torre y contemplando cientos de kilómetros cuadrados desde la terraza de Torre Magdala.
Algo muy poderoso encontró Berenger Sauniere. Algo que le dio dinero, mucho dinero. Gastó 500 millones de pesetas de la época en sus viajes y construcciones. Una auténtica fortuna... Henry Lincoln, un investigador inglés, representa la corriente de opinión más aceptada en estos momentos respecto de la fortuna de este extraño párroco rural. Cree que su fortuna "formaba parte de las donaciones de la élite parisina para seguir buscando pruebas de lo que había descubierto... Entre los pergaminos es posible que hubiera hallado el acta matrimonial de Jesús y María Magdalena."
De ser así, quedarían explicadas muchas cosas. En cierto modo, la iglesia de Rennes, con su iconografía, parecía transmitir esa idea, según la cual Jesús estuvo casado con María Magdalena. Así lo recogen, además, varios textos envangélicos apócrifos. Esas mismas tradiciones dicen que Jesús, probablemente, sobrevivió a la cruz. Y la Iglesia de Rennes también lo parece indicar en su particular Via Crucis, en donde Jesús, cuando va a ser sepultado, sangra en su costado. Sólo sangraría si estuviera vivo... Más aún; investigadores del secreto de los templarios y cátaros creen que ambos grupos bien pudieron ser poseedores de ese secreto, razón por la cual acabaron siendo vílmente perseguidos y asesinados en una Europa clerical y dogmática hasta la esquizofrenia como era aquella en la que vivieron. Ese secreto cátaro y templario, además, revelaría que Jesús y María la de Magdala -de ahí el nombre con el que bautizó a la torre en la que Berenger estudió miles de horas- huyeron tras la crucifixión a un lugar en donde el paganismo les hiciera pasar desapercibidos. Y ésta de Francia, en donde los celtas dejaron su poso folklórico, era la mejor de esas zonas. Además, según esas mismas tradiciones y según sospechan gran parte de los estudiosos del enigma de Rennes-le-Chateau, ese secreto podría documentar que el linaje de Jesús ha sido preservado hasta el día de hoy. De ello se habría ocupado una sociedad secreta llamada Priorato de Sion.
Pero en realiad el Priorato de Sion no apareció en escena hasta que en los años sesenta, cuando el investigador Gerard de Sede publicó El oro de Rennes. Su libro daba a conocer la turbulenta, inquietante y fasciante vida de Berenger Sauniere. Tras su aparición surgieron versiones del enigma a cual más rocambolesca. De acuerdo a la que presentan Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln en El enigma sagrado, la existencia del Priorato de Sión se remontaría a la creación de la Orden del Temple. En cierto modo, esta organización paralela tendría por objeto sobrevivir a cualquier situación y preservar el legado mistérico del Temple. Su último Gran Maestre sería Pierre Plantard, quien sin embargo -de acuerdo a las versiones más críticas- sería el inventor de la historia y el creador del Priorato, organización que fue dada de alta en los años cincuenta.
En todo caso, quedan muchos enigmas por descifrar. Uno de ellos puede tener que ver con Nicolas Poussin, el pintor cuyo nombre se menciona en uno de los pergaminos, quien, de acuerdo a lo que podemos entender en ellos, podía estar al tanto del secreto. Nuestro hombre, el párroco Sauniere compró en el Louvre una valiosa réplica de un cuadro de Poussin, titulado Los pastores de la Arcadia. En él se observa a cuatro pastores junto a un sepulcro al aire libre. Todos ellos señalan algo en la tumba; se trata de una inscripción. Está escrita en latín: Et in arcadia ego (Y en la arcadia yo). No tiene mucho sentido, pero bien es sabido que Poussin y otros de su época gustaban de ciertos juegos de palabras. Así, cambiando el orden de las letras, el criptograma se convierte en: Arcam dei tango. O lo que es lo mismo: Estoy tocando la tumba de Dios.
Las pistas se estrechan. Desde el cementerio de Rennes contemplo que la tumba de Sauniere mira hacia el monte Cardou. También el castillo de Serre, desde donde veo diáfana tan singular mole pétrea. Y también desde el de Arques. Y desde el de Coustaussa... Todos fueron construidos por los templarios para proteger "algo". Así lo indican los textos históricos, que se "olvidaron" de indicar qué custodiaban. Pero ese "algo", sin duda, apunta al Cardou. Los buscadores de tesoros esotéricos del siglo XX lo compraron por parcelas. Hay carteles de "prohibido" en varios lugares. Incluso algunas vallas. Una de ellas conduce a la cota de 681 metros, la señalada en los pergaminos de Sauniere. Allí estalló una bomba en 1971 que se llevó por delante una tumba idéntica a la que aparece en el cuadro de Poussin, la que Sauniere identificó tras descubrir que tras ese cuadro y otros existían claves geométricas que conducían a aquel punto. ¿Se trata de la tumba de Dios? ¿La tumba de Jesús de Nazaret?
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