EL EVANGELIO SEGÚN TOMÁS
A la luz del Canto de la Perla
Juli Peradejordi
El descubrimiento, en 1945, de cincuenta tratados escritos en lengua copta, la mayoría de ellos Evangelios Apócrifos, fue trascendental para el estudio del cristianismo primitivo. Nacido de la religión de Israel, apoyándose en sus Escrituras, el cristianismo es sin duda un fenómeno muy complejo pues, muy pronto, se ve fecundado, por no decir influenciado, por el helenismo. Aparecen escuelas y doctrinas como el Valentinismo, el Marcionismo, etc..., denominadas «Gnósticas» que, al instituirse con Constantino el cristianismo como religión de estado, la Iglesia oficial se esfuerza en combatir, disolviéndolas mediante amenazas de excomunión de sus miembros y destruyendo sus textos. A pesar de ello, son innegables las influencias gnósticas en san Pablo o en Orígenes, entre otros.
Los Evangelios hallados en 1945 en Kenoboskión (Alto Egipto) parecen pertenecer a una de estas sectas gnósticas que, antes de ver quemados sus textos, prefirieron ocultarlos en una caverna. Uno de estos Evangelios, quizás el que se conserva en mejor estado, es el Evangelio según Tomás. Harto conocido en la actualidad gracias a los trabajos de H. Ch. Puech, A. Guillaumont y J. Doresse, entre otros, su lector se encuentra con que, si bien muchos de los logiones o parábolas contenidos en él aparecen también en alguno de los cuatro Evangelios canónicos los hay que difieren considerablemente de los hasta ahora conocidos.
El presente trabajo pretende exponer algunos de estos logiones que no aparecen ni en los sinópticos ni en san Juan y cuya comprensión puede ser ampliada al compararlos con otros textos apócrifos, especialmente el Canto de la Perla.
Según uno de estos textos, el Pistis Sophia, (cap. 42 y 43), después de su resurrección Cristo habría encomendado a Tomás, Felipe y Matías la misión de relatar todos sus actos y poner por escrito sus palabras. Estos tres apóstoles podrían ser los tres testigos que, según Deuteronomio XIX, 15, son necesarios para dar fe de una verdad.
En otro tratado hallado en Kenoboskión, la Sabiduría de Jesús, Felipe, Tomás y Matías son junto a Mariamné y Bartolomé, los únicos interlocutores asociados al Salvador resucitado. Sin duda para varias de estas sectas gnósticas, los Evangelios de Tomás, Felipe y Matías (todos ellos se encontraban en Kenoboskión) ocupaban el lugar de los sinópticos utilizados por la Iglesia. (1)
El Evangelio según Tomás, que no tiene la forma y la composición de los sinópticos, es un compendio de dichos o parábolas puestos en boca de Jesús. Se trata, sin embargo, de sus palabras secretas.«He aquí las palabras secretas que Jesús, el Viviente (2) ha dicho, y que ha escrito Dídimo Judas Tomás»
¿Por qué son secretas estas palabras?, se preguntará el lector.
«Aquel que encontrará la interpretación de estas palabras no probará la muerte» (log. 1). Parece responder el primer logión del Evangelio, incitándo a una búsqueda.
«Que aquel que busca, no cese de buscar hasta que encuentre, y, cuando haya encontrado, será turbado, y, habiendo sido turbado, será maravillado y reinará sobre el Todo» (log. 2)
«Muchas veces habéis deseado escuchar estas palabras que ahora os digo y no tenéis a nadie de quien oírlas» (log. 38).
Así pues, no aparece muy claro si la búsqueda a la que nos incita Jesús es la de la interpretación de sus palabras o de otra cosa, como es el caso del protagonista del Canto de la Perla. En un texto maniqueo vemos también que se atribuye un extraordinario valor a las palabras del Salvador:
«Maní, apóstol de Jesucristo, por la providencia de Dios el Padre. He aquí las palabras de la salvación que vienen del Manantial eterno y viviente: Aquel que las escuchará, que, al principio, las creerá y luego las conservará hasta que hayan puesto en la profundidad de si mismo, éste no estará nunca sujeto a la muerte, pero, al contrario gozará de la vida eterna de la Gloria». (3)
Dídimo Judas Tomás, que transcribe estas «palabras secretas» de Jesús no es otro que Tomás, el Apóstol: «Tomás llamado Dídimo», según el Evangelio de San Juan, «Judas Tomás y no el Iscariote». En los Actos de Tomás, donde se encuentra el Canto de la Perla, el apóstol es llamado a menudo Judas Tomás (Ioudas ho kaï Thômas) (5). Héroe de estos Actos (véase cap. X, 47 y 48) es al mismo tiempo el confidente y revelador de las palabras secretas de Jesús. Dídimus en griego, significa lo mismo que tauma en arameo, o sea ‘gemelo’, y en el cap. 38 de los Actos de Tomás, el apóstol es interpelado de la siguiente manera: «gemelo de Cristo, apóstol del Altísimo y co-iniciado en la doctrina secreta de Cristo, tu que has recibido sus propósitos, sus logia secretos». Estas palabras certifican que existe una relación innegable entre el Evangelio según Tomás y los Actos de Tomás.
Leamos algunos de los logiones del Evangelio según Tomás comparándolos con el Canto de la Perla.
«Si os dicen: ¿De dónde habéis nacido?, decidles: hemos nacido de la luz, allí donde la luz ha nacido de si misma. Ella se ha alzado y se ha revelado en su imagen» (log. 50).
Se adivinará fácilmente que «el lugar donde la luz ha nacido de sí misma» recuerda lo que en el Canto de la Perla se llama oriente, punto cardinal por donde aparece el sol y que es la patria de su protagonista.
«Se ha revelado en su imagen (eikon)» merece también ser comentado. En otro logión de este Evangelio leemos: «Cuando veis vuestra semejanza, os alegráis, pero cuando veáis vuestras imágenes (eikon), producidas antes que vosotros, que ni mueren ni se manifiestan, ¡cuan grande será lo que soportareis!» (log. 84).
La palabra griega eikon es la traducción exacta de la hebrea tselem, ‘imagen’, que aparece en Gen. I, 27. Para G. Scholem, gran especialista en cábala y tradición hebrea (6), tselem correspondería a la daena iraniana. Según un fragmento maniqueo llamado Turfan (7), el tercer día después de la muerte y la víspera antes de atravesar el puente Cinvat, el alma del difunto ve aparecer ante ella, semejante a una joven, a la daena, su imagen, o la encarnación de su fe y de sus buenas acciones. No podemos dejar de relacionar a la daena con el «atuendo resplandeciente» del Canto de la Perla. El fiel es guiado por ésta y luego, unido a ella, penetra en el Paraíso.
En el Canto de la Perla el protagonista dice:
«Separados habíamos sido dos; reunidos no éramos más que uno».
Y en el log. 106 del Evangelio según Tomás leemos:
«Cuando hagáis de dos uno, os volveréis hijo del hombre [...]».
Este uno, es el ‘solitario’ (monakos), semejante a Cristo, pues sólo a Cristo se le denomina «hijo del Hombre». Comparémoslo con el log. 49 que dice:
«Bienaventurados los solitarios y los elegidos, pues encontrareis el Reino. Pues habéis (salido) de él (y) de nuevo volveréis a él.»
¿No se trata de nuevo de Oriente, de donde sale el protagonista del Canto de la Perla y donde ha de regresar, hecho uno con su imagen o sea con su «atuendo resplandeciente»?
Otro curioso logión del Evangelio según Tomás, que aparece sin embargo en Mat. XIII, 45-46 nos dice:
«El Reino es parecido a un comerciante que tenía un fardo y que encontró una perla. Este comerciante era sabio: vendió el fardo y compró la perla sola. Vosotros buscad también el tesoro que no deja de permanecer allí donde la polilla no se acerca para comer y donde el gusano no destruye» (log. 76).
Observemos que en la época, los comerciantes eran a menudo nómadas que viajaban en caravanas. En la tradición Islámica y posiblemente también en la hebrea, la caravana es un símbolo de la peregrinación. El fardo que tenía el comerciante aparece en las primeras líneas del Canto de la Perla y le es dado al héroe cuando éste sale de Oriente, su patria, en busca de la perla. La perla o el tesoro, que en el fondo son lo mismo, se encuentran también en el Canto de la Perla, custodiados por una serpiente o un dragón, según la versión. El protagonista debe buscarla, pero, al comer el alimento de los egipcios, se olvida de ello, y también de que es hijo de reyes.
El log. 28 del Evangelio según Tomás nos dice: «Me he mantenido en medio del mundo y me he revelado a ellos en la carne. Los he encontrado a todos ebrios y no he encontrado a nadie entre ellos que tuviera sed, y mi alma ha sentido pena por los hijos de los hombres, pues están ciegos en su corazón [...]».
Para H. Ch. Puech este logión se refiere a la «ebriedad donde se ha colocado el hombre por el hecho de la generación y de su venida al mundo y donde vacío, privado de toda consciencia de sí mismo, de todo recuerdo de su verdadero origen y de su naturaleza espiritual, se debate, buscando en vano, pues no posee el conocimiento que le proporcionaría la llave de su situación presente y el medio de evadirse, de liberarse de la servidumbre carnal».
¿Dónde está este conocimiento que le sirve para evadirse de la servidumbre del rey de Egipto, para quien debe trabajar el protagonista del Canto de la Perla, en su estado de embotamiento y ebriedad? (9)
¿No se trata de la carta que voló como el águila y se posó cerca de él, haciéndose enteramente palabra? «Las palabras de mi carta eran las mismas que estaban grabadas en mi corazón».
¿No es éste el mensaje de su Padre, el eterno Mensaje Profético que los hijos de los hombres, «ciegos en su corazón» raramente saben reconocer y apreciar?
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1. Véase J. Doresse, L’Evangile selon Tomás ou les paroles secrètes de Jésus, ed. Plon, p. 79.
2. En el cap. 60 de los Actos de Tomás, Jesús es llamado «Aquél que es la Vida Eterna y que la da».
3. Citado por F. Decret, Mani et la tradition Manichéène, ed. Du Sevil, p. 80.
4. Véase Jn. XI, 16 y Jn. XIV, 22.
5. Véase H. Ch. Puech, En quête de la Gnose, vol. 2, p. 42.
6. Íbidem p. 118.
7. Íbidem p. 120.
8. Íbidem p. 144.
9. Véase el poema de Douzetemps, Levántate tu que duermes, p. 18 del ejemplar nº 1 de La Puerta.
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